«Podrías sorber sopas en mi culo».

Basado en hechos reales.

Ayer volvió a pasar.

Mis niños estaban entretenidos
mi sentido arácnido me decía
que la tranquilidad duraría…

¿Cuánto?
No mucho.

Pero me gusta vivir al límite,
así que decidí aprovechar el momento
para darme una ducha rápida.

“10 minutitos y listo” pensé.


Y para motivarme
e incluso acortar los tiempos
empecé a canturrear
la intro de la peli de Supermán.

Y ahí que fui
con todas las ansias de emular a Clark Kent
dentro de una cabina telefónica.



Bien.

Lo que pasó detrás de la cortina de la ducha
no te lo puedo decir.

Y no te lo puedo decir porque no lo sé.
¡No sé qué pasó!

Mi sensación es que estuve 8, 9,
a lo sumo 10 minutos
bajo la alcachofa.

Pero cuando salí
había pasado exactamente…
¡1 hora y 17 minutos!

¿¡Pero cómo cojones…!?


De verdad.
Aún no me lo explico.
Me sentí como Matthew McConaughey
al final de “Interstellar”.

Y no es la primera vez.

Ya me ha pasado más veces.

Eso sí.

Después de una hazaña como ésta
te puedo asegurar sin temor a equivocarme
que podrías sorber sopas en mi culo.

No es posible mayor grado de desinfección.

Ni Don Limpio ni hostias.

Tú ponte 1 hora y 17 minutos bajo la ducha
y te garantizo que sales oliendo a quirófano pre-operatorio.


Pero los fenómenos paranormales
no acabaron ahí.

Después de secarme y vestirme
fui a ponerme las gafas y…

¡No estaban!

Siempre las pongo en el mismo sitio.

Pero las muy cabronas no estaban.

“¡Oh, Vida azarosa
de ciega mirada,
¿por qué juegas conmigo,
ramera insensible?”

exclamé.

Bueno, no exclamé eso.

Sólo quería dramatizar la situación un poco.


Lo que hice fue pedir ayuda a mis niños:

“¡Niños, por favor, ayudadme a encontrar mis gafas!”

Como no parecían entender la urgencia del asunto
traté de explicarles mejor el problema
de forma que pudieran entender mi desesperación:

«A ver…
¡O me ayudáis a buscar mis gafas
o se acabó la tele!”



Y así comenzamos a buscar
por los lugares más lógicos de la casa:

dormitorios, salón, cocina, baños…

Y luego,
como las condenadas gafas no aparecían,
mis niños se pusieron a buscar en otros sitios
guiados probablemente
por una premisa de indiscutible validez:

“como nuestro padre es medio gilipollas
no descartemos la nevera
o el tambor de la lavadora”.

Pero nada.

Ni rastro de las gafas.


Desolado por la crueldad de mi destino
dirigí mis pasos trémulos hacia un cajón
en el que guardo mis gafas viejas,
las chungas,
las de abuelo que mira su cartilla de ahorro.

Las cogí con resignación
y, al ponérmelas,
golpeé mis gafas de abuelo,
ploc,
¡contra mis gafas!

¡Contra las que llevo siempre!


Sí.
Efectivamente, querido amigüito o amigüita.
Las llevaba puestas.

Mis niños y yo buscando mis gafas…
y las llevaba puestas.



¿Por qué te cuento esta historia tan terrible
pero afortunadamente de desenlace feliz?

Pues porque hay un montón de empresas
que llevan las gafas puestas
y no se dan cuenta.

Hacen una búsqueda en el móvil.
Da igual de qué.
Y ahí está la solución.
¡Ahí están sus gafas!

Pero no las ven.

Y buscan en los dormitorios,
en el salón
o en el tambor de la lavadora.

Y sin embargo, las gafas están ahí:
en el rectangulito de Google.

Sí, justo en ese rectangulito
donde todos buscamos
cuando necesitamos algo.


Bueno,
si necesitas que te ayude a buscar tus gafas,
ya sabes:

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